Si, como dijo Lacan, entre el analista y el analizante sólo se intercambian letras, revisar este concepto los orígenes de la palabra escrita y sus vínculos con la lengua oral y con la representación de objetos y significados es el punto de partida para examinar el eje de la experiencia analítica: esto es, qué lee el analista en el decir de su paciente, de qué modo en esa palabra se filtran lo real del goce que la excede y también lo imaginario de las representaciones. Más que escuchar significantes, el analista lee las letras que cifran el goce y el sufrimiento del sujeto de maneras siempre sinuosas, e interviene en función de esa lectura. Pero Vegh también se ocupa de otras letras: las que constituyen los grafos, matemas y nudos que propone Lacan para formalizar la experiencia y el pensamiento psicoanalíticos.