Todo comenzó cuando al petiso y a mí nos echaron de nuestras casas.
Ya habíamos agotado todas las posibilidades de conseguir un trabajo remunerativo y estable. Ya habíamos hecho seis sociedades distintas y todas habían fracasado. La última había sido un taller de fotocopias en una calle perdida donde no pasaba ni un alma. Cuando resolvimos ponernos de empleados, ya el germen del cansancio había madurado casi simultáneamente en nuestras esposas.
De manera que nos perdieron la confianza y nosotros tuvimos que irnos. El petiso fue a parar a casa de la abuelita, y yo a la de una hermana.
Establecimos no vernos más. Quedarnos cada uno en su refugio y no intentar ninguna sociedad. Pero sucedió una cosa rara. Nos encontramos.....