«Para mí Nueva York era una colmena. No podías limitarte a vivir allí. Tenías que ser alguien, hacer algo? La mejor manera de conocer Nueva York, de aprender a amarla, era dejar que te agotara.» Mary Cantwell En 1953, y tras egresar de la universidad, Mary Cantwell decide dejar atrás su anodina ciudad natal para probar suerte en la prometedora Manhattan. Tiene veintidós años, ochenta dólares en la cartera, una máquina de escribir y más sueños que certezas acerca de su futuro en la gran ciudad. A los pocos días, Mary alquila con una amiga un apartamento en Greenwich Village y consigue un puesto de secretaria en Mademoiselle, una de las revistas de moda más prestigiosas de la época. Su vida de soltera en la ciudad, sin embargo, dura poco. Prometida con B., un agente literario, Mary planifica su conflictiva boda #ella es católica y él, judío- y, tras casarse, ambos se mudan a otro modesto apartamento del Village. Allí, para ella comienza una etapa de migrañas, visitas al psiquiatra y dudas acerca de sus virtudes como ama de casa y esposa. Al poco tiempo, en la revista la nombran redactora y, como la carrera de B. también va en ascenso, deciden mudarse nuevamente. Llegan entonces los viajes a Europa, las sofisticadas veladas, las compras en las pequeñas tiendas sofisticadas, en los elegantes almacenes de la Quinta Avenida y las cajas de zapatos que, por decenas, se acumulan en el armario. Tras su paso por Vogue, Mary renuncia al trabajo y se vuelca de lleno a la maternidad. Pero, cuando nace su segunda hija, acepta un cargo de editora en Mademoiselle que la obliga a viajar por el mundo acarreando un bolso de Chanel. Mientras ella intenta #sin mucho éxito- conciliar vida laboral y familiar, su matrimonio se derrumba. A finales de los años sesenta se divorcian. Aunque para la Mary adulta muchas cosas han cambiado, su amor por Manhattan sigue intacto.