La celebración de la tierra y el canto en los versos de este arraigado y entrañable poeta salteño. Su vasta obra -de la que sobre todo se conoce masivamente aquella parte que ha nutrido la cancionística folklórica del Noroeste- es además hija de todo un movimiento cultural surgido en las provincias norteñas en la década del 40. Este movimiento fue el que dio origen al grupo La Carpa, fundado con el propósito manifiesto de celebrar el paisaje, la naturaleza primordial, y dar testimonio del hombre de la región. En Castilla, como destaca en el prólogo Santiago Sylvester, siempre va a estar presente ese deseo de construirse una patria: es "el poeta que funda un lugar para que, a su vez, le sirva de fundamento". Recordemos que sus letras para canciones son numerosísimas, y entre las más difundidas se destacan "La zamba de Balderrama", "La arenosa", "Zamba de Anta", "La pomeña", etc. pero si en el imaginario ha perdurado sobre todo el letrista folklórico, esta selección rescata fundamentalmente al poeta extraordinario y prolífico que fue, relevando creaciones de sus tempranos Luna muerta (1943) y La niebla y el árbol (1946), de ese libro fundamental en su desarrollo poético que es Copajira (1949), y de los sucesivos La tierra de uno (1951), Norte adentro (1954), De solo estar (1957), El cielo lejos (1959), Bajo las lentas nubes (1963), Posesión entre pájaros (1966), Andenes al ocaso (1967), El verde vuelve (1970), Cantos del gozante (1972) -que incluye el poema que da nombre a esta antología-, Triste de la lluvia (1977), y el póstumo Canto del cielo, que a cada instante crece y se derrumba.