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PABLO BALER

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PABLO BALER


Pablo Baler es escritor, crítico cultural y Profesor Asociado de Literatura Latinoamericana en la Universidad Estatal de California en Los Angeles. Baler es el autor de la novela Circa (Galerna, 1999) y del ensayo Los sentidos de la distorsión: fantasías epistemológicas del neobarroco latinoamericano (Corregidor, 2009). Baler es también el editor y contribuyente de la antología internacional The Next Thing: Art in the Twenty-First Century (FDUPress, 2013), una colección del ensayos sobre el futuro de la sensibilidad estética. Esta colección de cuentos, La burocracia mandarina, fue publicada en San Pablo, Brasil (Lumme, 2013) Baler es International Research Fellow en el Center for Fine Art Research, Birmingham City, University, U.K. y trabaja actualmente en un ensayo interdisciplinario sobre los horizontes éticos de la imaginación artística.

La bibliotecaria Marina Aguinaga de Humboldt todavía conservaba las curvas de la juventud aunque sus carnes flácidas también revelaban los deteriorados huesos que la sostenían. Había consagrado treinta y dos años a la biblioteca y se jactaba de la tranquilidad que había sabido crear para beneficio de los lectores. Por eso, cada vez que aparecía el negro Ochoa, arrastrando escaleras, herramientas y cables, sentía que se asfixiaba. Sus manos, salpicadas de manchas y víctimas de un incipiente temblor, sólo atinaban a reacomodar el cartelito: “¡Haga Silencio, Por Favor!” En todo caso, Ochoa no sabía leer, y ella no tardó en calificar sus ruidos como afrentas malintencionadas. Para desquitarse, le hacia sentir todo el peso de su concentrada alcurnia, o intentaba humillarlo con los vestigios de su prescrita sensualidad. Ochoa, por supuesto, no era inmune a esas provocaciones y muy pronto se sintió tan seducido como despreciado. De puro resentimiento, caminaba haciendo rechinar las zapatillas contra el parqué y pegaba martillazos innecesarios desde pasillos invisibles; conducta que, como era de esperar, hería todavía más la sensibilidad de la bibliotecaria. Y así vivían, entre el sufrimiento de sus respectivos agravios y las promesas siempre renovadas de venganzas mutuas. Pero la semana que Marina Aguinaga de Humboldt decidió ignorar por completo al negro Ochoa, se rompieron hasta los pactos tácitos de urbanidad. Harto de ser invisible a los ojos de la bibliotecaria, Ochoa se dedicó a abrir y cerrar a golpes la puerta tijera del ascensor mientras ella, sobresaltada ante cada trancazo, se vio obligada a concebir desaires más sofisticados que el desdén. Fue así que se le ocurrió obstruir un inodoro en el baño de mujeres y entrar justo para sorprender al utilero arrodillado entre los caños. Por el espacio que dejaba la puerta del excusado, Ochoa vio los pies de la bibliotecaria zambullidos en aquellos calzados de pendientes abismales. Aunque no lo hubiera admitido, lo enardecían esos empeines venosos y esos dedos huesudos de uñas esmaltadas. Ella caminó directo hacia él y abrió la puerta. Ochoa se quedó paralizado, con una bola de pelos chorreándole en la mano, maravillado ante aquellas piernas levemente varicosas que se perdían bajo la sombra de la falda. Ella también lo estudió detenidamente, disfrutando cada centímetro de la escena. Sin decir una palabra, se dirigió hacia los espejos, se retocó el maquillaje y cantó una versión exageradamente gesticulada del himno nacional francés que la acompañó durante el resto del día….