Mayo de 2003. Como consecuencia de una dramática transición desde la crisis terminal del modelo económico de los 90, Néstor Kirchner, un ignoto gobernador patagónico, llega al gobierno con el 22 por ciento de los votos al bajarse Carlos Menem de la segunda vuelta electoral. En un país todavía no recuperado de la conmoción, con esa debilidad de origen hay quienes se atreven a vaticinarle un año en el cargo. Pero Kirchner construye poder a pasos agigantados. Y su primera medida de gobierno es una purga de mandos militares insospechada y sin precedentes, inicio de un período de profunda confrontación, atravesado por la decisión presidencial de impulsar la reapertura de las causas por violaciones a los derechos humanos. Como candidato, Kirchner mantuvo en secreto sus planes y luego delineó un rumbo que no sólo sorprendió a los militares, sino también a muchos santacruceños, que lo habían tenido cuatro años como intendente de Río Gallegos y luego casi doce como gobernador, y nunca lo habían visto vincularse con las asociaciones por los derechos humanos como lo haría desde la Casa Rosada. Para Kirchner, un paso insoslayable para acumular poder y afectos de sectores progresistas, en una línea que perduraría como una de sus políticas más consecuentes. Enemigos íntimos relata la conflictiva relación de Kirchner con las Fuerzas Armadas, sobre la que edificó buena parte de su poder. La partida abrupta de Brinzoni, la llegada de Bendini y de una nueva cúpula castrense. Gestos cargados de simbolismo como la decisión de retirar los cuadros de Videla y Bignone del Colegio Militar o exigir a la Armada la entrega de la ESMA para convertirla en un #Museo de la Memoria# de los muertos y desaparecidos por la dictadura. La revulsión interna en las fuerzas y el desafío de los grupos castrenses que reaccionaron frente a los juicios, en numerosos casos defendiendo la represión ilegal, al tiempo que muchos militares de los años de plomo volvían a sentarse en el banquillo de los acusados.