¿Qué es lo que Emilia oculta, aparte de su verdadero nombre? ¿Qué secreto se ha olvidado hoy que ayer era una promesa y una intención compartidas? ¿qué pasa con los jóvenes, con el tiempo, con los emblemas y blasones secretos o íntimos de una época, con los ideales y las fruiciones? Sobre todo: ¿qué pasa con las palabras, con la historia, con la verdad? Estas preguntas, retóricas al fin, nos conducen al centro de una novela escrita y construida con todos los rigores de la ficción y el artificio, que reclaman a gritos, como en cualquier paradoja que se precie, el testimonio de una incorruptible realidad. En Diario intimo de una niña anticuada, Laura ramos, a la vez que rinde culto a sus lecturas de juventud, recrea una realidad que parece completamente hostil al estío elegido para contarla. El transito de la adolescencia y los años de militancia en los setenta conspiran contra el tipo de novela romántica, apasionadamente subjetiva y poco veraz, que Emilia, la narradora principal, practica. Y sin embargo, gracias a una serie de ajustes y recomposiciones temporales, surge, no protegida por los paños habituales, en una perspectiva distinta y con una profundidad asombrosa, la edad al parecer inventada por esos años son excusa. Una edad tan inédita para el lector como para narrativa argentina. La autora de Buenos aires me mata y Corazones me llamas logra así incorporar a esta novela una imaginación que, aunada a la experiencia de crecimiento, ha producido una novela extraordinaria e innovadora.